Los lideres también lloramos

by Ruth Valencia

La imagen del líder inquebrantable, siempre fuerte, sereno y con respuestas para todo, ha sido un arquetipo arraigado en el imaginario empresarial. Sin embargo, detrás de esa fachada de héroe de la gestión organizacional, se encuentra una persona que, como cualquier otra, transita por un complejo universo emocional. Miedo, frustración, tristeza, rabia, desconcierto, alegría, orgullo, valentía: todas estas emociones forman parte de la experiencia de liderazgo, y comprenderlas es el primer paso para transformarse en un líder verdaderamente humano.

Diferentes corrientes de pensamiento nos ofrecen perspectivas para entender cómo la gestión de las emociones puede fortalecer el liderazgo. Lejos de proponer una felicidad constante o una supresión de los sentimientos difíciles, constructos como la psicología positiva, el coaching ontológico y la inteligencia emocional nos invitan a reconocer la validez de cada emoción y a utilizarlas como catalizador para el crecimiento y la conexión.

Recientemente, he estado viviendo eventos transformacionales, cambios trascendentales y despedidas que me han acercado a la tristeza de una manera profunda. No es que no haya vivido situaciones similares antes; es que yo he cambiado y la experiencia se vive diferente en cada etapa de la vida. Como dijo el filósofo Ortega y Gasset, «Yo soy yo y mis circunstancias». Cada circunstancia, aunque pueda parecerse a otras, se vive de acuerdo con nuestro momento vital, las herramientas que hemos desarrollado y el contexto en el que nos desempeñamos. Este reconocer la singularidad de cada experiencia emocional es lo que nos permite un aprendizaje más profundo.

Un líder que se permite sentir, que no teme mostrar su vulnerabilidad cuando es auténtico y apropiado, genera una profunda empatía en su entorno. La frustración ante un proyecto fallido, la ansiedad por una decisión trascendental, la tristeza que generan algunos cierres y partidas, o incluso la alegría por un logro compartido, cuando se expresan con honestidad, derriban barreras y construyen puentes. Al exponer nuestra humanidad, se crea un espacio seguro donde los demás también se sienten habilitados a expresar sus propias emociones, fomentando un ambiente de mayor confianza y seguridad psicológica. Esta es la base para el florecimiento humano y organizacional.

En esencia, el liderazgo no se trata de no sentir, sino de sentir con sabiduría. Se trata de reconocer que las lágrimas no son un signo de debilidad, sino una manifestación de una profunda comprensión de lo que implica acompañar a otros. Al aceptar que las emociones están allí para mostrarnos algo, nos invitan a la compasión con nosotros mismos y con los demás. Estoy segura de que esto también inspira a quienes están cerca a ser más humanos, construyendo organizaciones donde el bienestar y el rendimiento coexisten en una sinergia poderosa. Porque sí, los líderes también lloramos, y es precisamente en esa autenticidad donde reside la verdadera fortaleza de un líder.